Sofía es una chica que vive con una discapacidad física y cada vez que intenta acceder a lugares públicos encuentra barreras arquitectónicas. Aunque es decidida y capaz, no puede ejercer su autonomía hasta el punto de ser percibida como “limitada” o “dependiente” de los demás.
Marco es un estudiante universitario de 21 años que, durante el período de transición del bachillerato a la universidad, empezó a sufrir ataques de pánico cuando cogía el coche para irse de su pueblo y síntomas atribuibles a la ansiedad social. Empezó a estar mejor y a entender cómo gestionar sus emociones al iniciar un proceso terapéutico con un psicólogo, pero lo ha mantenido en secreto porque su familia no lo veía bien y tendían a minimizar sus problemas.
Esta visión reduccionista no proviene ni de las capacidades reales de Sofía ni de la incapacidad de Marco, sino de los prejuicios sociales.
Aunque puedan parecer alejados del término, respecto a cómo se suele utilizar en el lenguaje común, estos ejemplos nos hablan del estigma, un fenómeno que sigue marginando a las personas que se perciben como diferentes a las expectativas y convenciones sociales.
Estigma: significado
¿Cuál es el significado de la palabra estigma?
El término tiene origen en la antigua Grecia, donde indicaba una marca física aplicada en el cuerpo de personas consideradas moral o socialmente inferiores, como los esclavos, los criminales o los traidores.
Esta marca, a la vista de todo el mundo, señalaba su estatus de marginados dentro de la comunidad.
Con el paso del tiempo, el concepto de estigma ha evolucionado y se ha desplazado del plano físico al psicológico y social, hasta el punto de indicar el conjunto de actitudes negativas y prejuicios hacia grupos o individuos que se perciben como “diferentes” o que se desvían de las normas sociales predominantes.
Un ejemplo significativo es el de las personas que han pasado por la cárcel. En el pasado, a las personas condenadas por cometer un crimen se les marcaba y aislaba de la sociedad, lo que hacía que se enfrentaran a graves consecuencias relacionadas con su reputación.
Actualmente, aunque ya no se les persigue por su pasado delictivo, muchos ex-presos siguen sufriendo un fuerte estigma social. A menudo se les considera poco fiables o peligrosos. Esto influye en su reinserción a la vida laboral y social, ya que limita sus oportunidades y perpetúa la marginación.
¿Qué es el estigma en psicología?
El estigma en psicología se ha estudiado en profundidad, pero su definición ha recibido críticas por ser demasiado vaga o centrada exclusivamente en el individuo.
En respuesta a estas críticas, los autores Link y Phelan (2001) propusieron una conceptualización más articulada del concepto.
En psicología, el significado del término estigma se define con base en cinco elementos fundamentales:
- etiquetado,
- estereotipado,
- separación,
- pérdida de estatus y
- discriminación.
Asimismo, los autores destacan que el poder social es fundamental en el proceso de estigmatización. De hecho, para que el estigma exista, debe existir alguien con el poder de hacer que sea aceptable y que prevalezca en la sociedad.
Un ejemplo de este proceso se puede observar en la estigmatización de las personas que se enfrentan a una adicción a sustancias.
Estas personas pueden ser definidas con palabras como “drogadictos” o “alcohólicos” (etiquetado), lo que puede conducir al desarrollo de estereotipos negativos, como la idea de que sean personas irresponsables o peligrosas (estereotipado).
A su vez, esta percepción puede hacer que se separen de otros miembros de la comunidad. Las personas con adicciones pueden verse excluidas de los acontecimientos sociales o rechazadas en los contextos familiares (separación). Como consecuencia, la persona puede experimentar una pérdida de estatus social, al poder ser vista como menos merecedora de respeto y oportunidades (pérdida de estatus). Por último, estas dinámicas dan lugar a la discriminación, con problemas para acceder a un trabajo, una vivienda y atención sanitaria.
El estigma puede manifestarse de múltiples maneras:
- Estigma público, que se refiere a las actitudes y comportamientos negativos que la sociedad dirige a las personas pertenecientes a determinados grupos, por ejemplo, a personas con discapacidad o trastornos psicológicos.
- Autoestigma, que indica el proceso mediante el cual las personas estigmatizadas interiorizan las creencias negativas de la sociedad, lo que les hace sentirse inferiores o indignos.
- Estigma estructural, que se refiere a las políticas, leyes y normas sociales que discriminan sistemáticamente a ciertos grupos, lo que limita sus oportunidades de acceso a recursos vitales como el alojamiento, la educación o el trabajo.
Según Link y Phelan, el estigma puede influir profundamente en la distribución de las oportunidades, lo que afecta a aspectos esenciales como los ingresos, la salud, la educación y la participación social. Precisamente por su amplio alcance y sus consecuencias en la vida de las personas, el estigma es un tema central para comprender las desigualdades sociales.
Estigma y salud mental: historia y repercusiones actuales
Esta visión más amplia del estigma como fuerza motriz de las desigualdades sociales se manifiesta de forma específica en el contexto de la salud mental.
El estigma, en este ámbito, tiene raíces profundas que se han ido nutriendo de siglos de exclusión y prejuicios. Tal y como subraya el médico y psicólogo Wulf Rössler (2016), quienes conviven con trastornos clínicos como la depresión o la esquizofrenia han experimentado, en diferentes épocas, discriminación, maltrato o, en algunos casos, incluso pena de muerte.
Las creencias religiosas y supersticiosas han desempeñado un papel clave en la perpetuación del estigma, en concreto en la Edad Media, en la que los trastornos clínicos se solían interpretar como castigos divinos o signos de posesión demoníaca.
Durante la Ilustración, cuando se empezó a reconocer la necesidad de usar tratamientos y cuidados más humanos, se realizaron algunos avances.
Sin embargo, el estigma alcanzó su trágico apogeo durante el régimen nazi, cuando miles de personas afectadas por trastornos mentales fueron esterilizadas o asesinadas en el contexto de las políticas eugenésicas (Rössler, 2016).
Por lo tanto, las causas del estigma actuales encuentran sus raíces en factores culturales e históricos que han contribuido a perpetuar la idea de que los trastornos mentales son una especie de desviación. El miedo y el desconocimiento del origen y las características de estos trastornos han alimentado durante mucho tiempo las actitudes discriminatorias.
Incluso en la actualidad, el estigma relacionado con la salud mental es un fenómeno social que afecta profundamente al bienestar psicológico de millones de personas en todo el mundo, lo que obstaculiza la búsqueda de ayuda y el acceso a tratamientos adecuados.
En un artículo del 2017 (Pai y Suziedelyte) se subraya que las personas tienden a subestimar y a no informar de las dificultades relacionadas con su salud mental en comparación con otros estados de salud, lo que demuestra que la presencia de un estigma social condiciona el comportamiento y reduce la propensión a buscar un tratamiento.
El estigma relacionado con la salud mental no se limita a contextos específicos, sino que está presente en casi todos los ámbitos de la vida y tiene un impacto significativo en diversos aspectos de la salud, tanto psicológica como física (Sickel, Seacat y Nabors, 2014). En concreto, el estigma es un obstáculo para la búsqueda de tratamientos, lo que limita el acceso a un tratamiento precoz.
Incluso entre los profesionales de la salud (Corrigan et al., 2014) y los estudiantes de medicina (Pascucci et al., 2017), los prejuicios respecto a los pacientes con trastornos mentales pueden influir negativamente en las decisiones clínicas y conducir a tratamientos inadecuados. Estos datos señalan la importancia de las intervenciones educativas ya durante la formación médica, para combatir dichos prejuicios y promover una cultura de atención e inclusión.
¿Cómo se manifiesta el estigma?
El estigma social es un fenómeno complejo que influye negativamente en muchos grupos, especialmente en los que se ven golpeados por enfermedades o discapacidades.
Tiene efectos directos en las personas, al manifestarse mediante la discriminación y la confirmación de estereotipos. Estos efectos directos pueden dañar la autoestima y el bienestar psicológico de las personas (Major y O’Brien, 2004).
Por ejemplo, cuando una persona percibe su estatus de persona estigmatizada como una amenaza para su identidad social, puede activarse una respuesta de estrés. Este estrés no solo influye en la salud mental, sino que también puede acarrear resultados negativos, como una disminución del rendimiento o problemas de salud.
El modelo de amenaza a la identidad descrito por Major y O'Brien explica que las experiencias de estigma varían según el individuo y el grupo a causa de factores personales, como las creencias y experiencias pasadas. Eso significa que algunos pueden afrontar el estigma de forma más eficaz que otros, en función de sus recursos de coping.
Por otro lado, en el estudio Dual Psychological Processes Underlying Public Stigma (Reeder y Pryor, 2008) se propone una distinción entre dos tipos de procesos psicológicos que pueden influir en el proceso de estigmatización:
- Procesos asociativos, automáticos y rápidos, que activan estereotipos sin una reflexión consciente. Pueden contribuir a un juicio inmediato y superficial.
- Procesos basados en normas, que requieren tiempo y un pensamiento más deliberado. Pueden conducir a una reflexión más profunda pero, al mismo tiempo, alimentar prejuicios y culpa.
A lo largo de la historia, son muchos los grupos que se han visto afectados por la estigmatización. Estos son algunos de ellos:
- las personas con discapacidad, ya sea física o mental,
- las personas afectadas por el VIH,
- la comunidad LGBTQ+,
- las minorías étnicas,
- las personas neurodivergentes,
- las personas con cuerpos que no se ajustan al “estándar social”,
- los ex-detenidos,
- las personas que viven en condiciones de pobreza.
El estigma y sus consecuencias para la salud mental
El estigma puede tener consecuencias psicológicas profundas que influyen negativamente en el bienestar y la calidad de vida de quienes lo sufren.
De hecho, el estigma está estrechamente relacionado con síntomas de ansiedad y depresión en las personas que sufren problemas relacionados con la salud mental. Las experiencias de discriminación y la anticipación del rechazo pueden llevar a una reducción del bienestar psicológico y de la satisfacción vital. Las personas estigmatizadas suelen desarrollar una percepción negativa de sí mismas que, a su vez, alimenta aún más el malestar psicológico (Markowitz, 1998).
El estigma funciona como una verdadera etiqueta desvalorizante, con consecuencias psicológicas significativas. Entre ellas, algunas de las respuestas que surgen habitualmente son la ansiedad y el estrés, que pueden afectar al estado de ánimo general y a la capacidad de realizar actividades diarias. El ser etiquetados como “diferentes” también influye en las interacciones sociales, lo cual genera aislamiento y alimenta aún más los sentimientos de inadecuación y baja autoestima (Zhang y Yu, 2007).
En un estudio sobre personas afectadas por el VIH, se muestra como algunas manifestaciones específicas del estigma en contextos familiares y sanitarios son particularmente dañinas para la salud psicológica. Por ejemplo, que los familiares eviten o traten con una amabilidad excesiva a la persona o el sentir vergüenza al interactuar con los profesionales sanitarios genera un alto nivel de estrés y malestar.
Estos episodios están estrechamente correlacionados con un aumento del distrés psicológico, lo que demuestra que el estigma no solo daña la salud mental, sino que también puede limitar la participación social y la calidad de vida de las personas que lo sufren (Stutterheim et al., 2009).
A pesar de las graves consecuencias psicológicas del estigma, los diferentes estudios que hemos citado señalan diversos factores de protección que pueden mitigar dichos efectos:
- El apoyo social, como la participación en grupos de autoayuda o el apoyo de familiares y amigos, puede mejorar el bienestar psicológico de las personas con enfermedades mentales, lo que reduce los síntomas de ansiedad y depresión.
- Una fuerte autoestima y ser conscientes de nuestro valor puede favorecer la resiliencia.
- Un ambiente familiar y sanitario respetuoso y sin juicios de valor puede contribuir a que las personas afectadas por enfermedades infecciosas reduzcan el distrés psicológico.
El autoestigma y su impacto: el prejuicio externo interiorizado
Hay situaciones en las que el estigma está tan arraigado que es la misma persona la que lo perpetúa. Corrigan, Watson y Barr (2006) describen este fenómeno con el concepto de autoestigma, un proceso en tres niveles: consciencia de los estereotipos, acuerdo con los mismos y una consiguiente disminución de la autoestima.
Su estudio señala que el acuerdo con los estereotipos negativos está estrechamente relacionado con una reducción de la percepción de sí mismo, con efectos directos en la autoeficacia y un aumento del riesgo de depresión. En otras palabras, aceptar los prejuicios sociales hace que las personas se desvaloricen y dañen así su bienestar psicológico.
Un grupo de académicos de la Iowa State University ha demostrado que, a lo largo del tiempo, el estigma público alimenta el desarrollo del autoestigma porque los individuos lo interiorizan (2013). Sin embargo, lo contrario no es cierto: el autoestigma no genera necesariamente una mayor percepción del estigma público.
Los efectos del estigma en las relaciones interpersonales y sociales
La estigmatización puede tener efectos profundos en las relaciones interpersonales y sociales, lo que provoca aislamiento social y problemas en las relaciones y los contextos laborales.
Un estudio reciente (Prizeman et al., 2023) subraya que los jóvenes con síntomas depresivos, a causa del estigma percibido, a menudo evitan las interacciones sociales, lo que aumenta el sentimiento de soledad y deteriora la calidad de sus relaciones.
Este círculo vicioso de aislamiento no solo empeora su bienestar psicológico, sino también su capacidad de construir vínculos significativos durante una fase esencial de la vida como es la adolescencia.
Del mismo modo, un artículo del 2011 señala que el estigma social no solo puede generar estrés en la vida personal, sino también en la profesional. El temor de ser juzgados negativamente hace que las personas estigmatizadas se retiren socialmente, lo cual afecta a las interacciones laborales y limita las oportunidades de crecimiento y apoyo tanto profesional como personal. El sentimiento de alienación que crea el estigma termina por reforzar aún más el aislamiento.
Por último, Farzand y Abidi (2013) muestran que el estigma no solo concierne a quien se ve afectado por enfermedades mentales, sino también a los cuidadores. Estos últimos, a causa de su relación con los pacientes, experimentan lo que se conoce como estigma afiliado, que mina su identidad social y los aísla de la familia y amigos.
Este aislamiento, además de agravar su estrés psicológico, también puede afectar a la capacidad de ofrecer un apoyo eficaz a sus seres queridos.
Reducir el estigma: estrategias psicológicas individuales y sociales
Reducir los procesos de estigmatización requiere un enfoque multifocal que combine intervenciones a nivel individual y social. A nivel individual, las técnicas de empoderamiento y el apoyo psicológico, también con un psicólogo online, pueden ayudar a afrontar el autoestigma.
Asimismo, la educación y la sensibilización del público son esenciales para modificar las percepciones y las actitudes hacia las personas que afrontan dificultades psicológicas.
Por ejemplo, en una escuela de Hong Kong, los estudiantes participaron en un programa que incluía la visualización de un vídeo en el que algunas personas hablaban abiertamente de sus experiencias con la esquizofrenia. Esta iniciativa aumentó la comprensión y redujo el deseo de mantener distancia social (Chan et al., 2009).
Las estrategias de contacto y los programas educativos pueden ser eficaces para reducir las actitudes estigmatizantes. Las escuelas que han implementado dichos programas han notado un cambio significativo en las opiniones de los estudiantes en lo que respecta a los compañeros con dificultades psicológicas (Morgan et al, 2018).
Por último, la importancia de los medios y las políticas sociales para combatir el estigma es esencial. Internet, y las redes sociales en particular, ofrecen un espacio para compartir experiencias personales y desafiar los estereotipos relacionados con dificultades psicológicas.
Betton et al. (2015) señalan que las campañas en plataformas como Twitter y Facebook permiten que las personas con trastornos psicológicos compartan sus historias e influyan en la opinión pública. En este sentido, las iniciativas como el día mundial de la salud mental son fundamentales, así como el compromiso de actores como Unobravo, que desde sus inicios está comprometido a luchar contra el estigma de la salud mental y normalizar la terapia psicológica.
Estigma, cine y literatura
Para comprender mejor cómo actúa el estigma en la sociedad, podría ser útil referirse a dos obras famosas que tratan este tema: la película El hombre elefante (1980) y la novela Ensayo sobre la ceguera de José Saramago (1995).
Por un lado, en El hombre elefante, la historia del protagonista muestra cómo el hecho de ser percibido como “diferente” puede conducir a una completa deshumanización por parte de la sociedad. Al mismo tiempo, la película explora el poder transformador de la compasión y la inclusión, y sugiere que solo superando la apariencia y los prejuicios se puede alcanzar una verdadera comprensión del otro.
Por otro lado, Ensayo sobre la ceguera, ilustra cómo una sociedad que pierde su capacidad de ver, en el sentido físico y moral, puede degenerar en violencia y deshumanización. La ceguera metafórica representa precisamente la incapacidad de ver a las personas por lo que son, más allá de sus diferencias o problemas.