La transición de la adolescencia a la edad adulta ha cambiado en los últimos años debido a una combinación de factores económicos, sociales y psicológicos. Esto ha llevado a identificar otra etapa en el ciclo de vida de las personas: los "adultos jóvenes".
¿Qué perfil tiene el adulto joven? Todas aquellas personas comprendidas entre los 19 y los 30 años de edad se consideran jóvenes adultos. Es una etapa que, como vamos a ver en este artículo, conlleva retos y dificultades.
¿Quiénes son los adultos jóvenes?
Los primeros años del adulto joven corresponden con un periodo de intensa exploración personal y configuración de su identidad. Nos encontramos ante una etapa en la que la persona no pertenece ya a la fase adolescente, pero, en muchos aspectos, aún no ha alcanzado plenamente la edad adulta. Sin duda, esta transición está estrechamente ligada a ciertos aspectos sociales y políticos, que tienen repercusiones psicológicas.
Factores sociales
En general, los adultos jóvenes aún no han alcanzado algunas facetas propias de la adultez. Algunos ejemplos es que a menudo en esta etapa de sus vidas siguen viviendo con los padres, no tienen un trabajo estable ni una vida en pareja.
Por tanto, en el adulto joven se ralentiza la transición a la edad adulta y la autorrealización de la independencia laboral y emocional, un concepto que se encuentra en el nivel más alto de la pirámide de Maslow, la representación gráfica de las necesidades humanas propuesta en su día por Abraham Maslow. Sin duda, hay causas sociales y políticas que contribuyen a este fenómeno, como por ejemplo:
- Una etapa larga en la formación académica.
- Incertidumbre laboral.
- Obstáculos económicos para lograr la independencia.
Estos factores sociales provocan el retraso en el joven adulto de abandonar la unidad familiar.
Factores psicológicos
También hay aspectos psicológicos que alargan la transición de la adolescencia a la edad adulta. Una de ellas es la transición teorizada por el psiquiatra y psicoterapeuta Gustavo Pietropolli Charmet. Este psicólogo nos habla de la familia tradicional normalizada y la "familia afectiva".
La familia tradicional se centraba principalmente en la transmisión de valores y se orientaba hacia la enseñanza de normas, en las que la finalidad educativa era primordial. Esto solía hacerse de un modo más o menos autoritario y podía crear un clima conflictivo en el seno de la familia, de ahí que el joven adulto tratara de emanciparse. A través de esa rebelión y conflicto, los jóvenes adultos también generaban su identidad e independencia.
Hoy, por el contrario, lo que prevalece es un tipo de familia definida como "afectiva", en la que la tarea primordial ya no es tratar de transmitir e imponer un sistema de valores a los hijos, sino promover el afecto y criar hijos felices.
Oposición y conflicto
En este marco, aunque se hayan establecido normas y límites al adolescente, la aspiración de los padres es ser obedecidos por los hijos por amor, no por miedo a las sanciones que, además, podrían, de alguna manera, romper el vínculo afectivo. Esto conduce a un menor nivel de conflictos familiares (aunque una parte de la conflictividad es fisiológica) y a una menor oposición hacia los adultos de referencia.
La oposición y el conflicto entre hijos y padres, sin embargo, son funcionales para apoyar aquellos procesos separativos que permiten al adolescente constituir su propia identidad de forma separada y autónoma, al margen de los problemas familiares. Muchas veces, esta búsqueda de independencia suele explicar por qué un hijo adulto rechaza a su madre y opone resistencia a la hora de llevar a cabo determinados comportamientos.
Hoy en día, los niños suelen criarse siendo el centro de atención de los padres (y algunos de estos niños acaban desarrollando el "síndrome del emperador"), en un clima de baja conflictividad. Por lo tanto, esos jóvenes pueden tener más dificultades para realizar las tareas de separación-individuación (en algunos casos se desarrolla un vínculo que puede generar cierto miedo a dejar la casa de los padres). Como consecuencia, la identidad personal se desarrolla con dificultad y surge la inseguridad sobre uno mismo, lo que conduce a prolongar la adolescencia y a la incapacidad de asumir responsabilidades de adulto (como ocurre en el síndrome de Peter Pan).
Además, el modelo educativo actual se centra a menudo en la promoción de ideales excesivamente elevados, lo que lleva a los adolescentes a crearse identidades inauténticas a costa de intentar complacer las expectativas de los demás. Esta delicada fase de transición del ciclo de la vida corre el riesgo de convertirse en un reto implacable para los jóvenes, en una eterna competición por aspiraciones inalcanzables.
Dificultades psicológicas
Esta fase del ciclo de la vida, al igual que los cambios en la adolescencia, conlleva algunos retos particulares para el bienestar psicológico. En particular, son cada vez más frecuentes los trastornos de ansiedad, causados:
- Por la confusión y la inestabilidad relativas al desarrollo de la identidad personal.
- Por un sentimiento de inseguridad sobre las propias capacidades y recursos.
La dificultad para formar la propia identidad y lograr la independencia de la familia paterna también suele provocar trastornos del estado de ánimo y dolencias psicosomáticas. Los jóvenes adultos experimentan a menudo una situación de profundo malestar y bloqueo evolutivo, que repercute en su vida cotidiana, causándoles diversas dificultades, como los siguientes:
- La imposibilidad de emprender una carrera universitaria.
- La dificultad de identificar el propio objetivo profesional.
- Dificultades en el ámbito de las relaciones y las parejas.
¿Estás pasando por esta fase de la vida?
Si estás atravesando la fase de la vida adulto joven y te has encontrado en las dificultades que hemos mencionado, podrías beneficiarte de apoyo psicológico. Los retos a los que te enfrentas pueden poner a prueba tu bienestar mental y afectar a tu vida cotidiana. Ir al psicólogo puede ayudarle a recuperar su bienestar y a superar este bloqueo del desarrollo personal.