Queridos Reyes Magos, este año yo también he decidido escribiros. Soy el padre de dos niños de 4 años y 10 meses. Me gustaría contaros algunas cosas sobre mi Navidad y la nuestra. Una fiesta de adultos que corren y persiguen metas escurridizas, se cansan y se agotan entre el trabajo y los compromisos, y puede que a veces incluso se olviden de lo que es verdaderamente importante.
Os aseguro que lo hago lo mejor que puedo, pero no estoy seguro de que sea suficiente y solo de pensar en tener que hacer que los abuelos se pongan de acuerdo, gestionar las peticiones de los padrinos y madrinas, subir y bajar las escaleras a las dos de la mañana para colocar debajo del árbol los regalos que amablemente habéis escondido en el sótano para mantener viva la fantasía de los más pequeños, me canso un poco. Pero intentemos ir por orden.
El rol de la Navidad en las relaciones entre padres e hijos
Empiezo contándoos cómo me gustaría que fuera la Navidad. Un momento para bajar el ritmo, mancharse las manos de masa de pastas navideñas e ir al bosque a coger musgo para el Belén, como hacía con mi padre que ya no está. Con mis hijos también me gustaría renovar esta tradición.
Me gustaría bajar el ritmo y dejar a un lado el loco ajetreo de la vida diaria para estar con las personas que me importan. Me encantaría hacer algo por los que tienen menos y vivir con la familia valores como la amabilidad, la autenticidad y la gratitud. Alejarme un poco de la bulimia de los papeles rotos por pequeños demonios ansiosos de regalos, tan estimulados y exaltados que ni siquiera se dan cuenta de lo que les habéis traído.
Me gustaría hablarles de la época en la que sus bisabuelos, como regalo, recibían cosas tan simples como una naranja, frutos secos o, a veces, una muñeca de trapo o cartón.
Las implicaciones psicológicas de ser padres en Navidad
Queridos Reyes Magos, no sé cómo os las apanáis para dar tantas vueltas. Yo, si entro en otra tienda más para preguntar por ese tipo de bolígrafos mágicos que no hay quien los encuentre, tengo miedo de que me entren náuseas. Además, me he quedado sin lugares en los que esconder los paquetes.
No creo que me equivoque si hablo de estrés durante esta época del año. Hay expectativas que cumplir y cuentas que cuadrar. Incluso tengo que ataviarme la túnica, la capa y la peluca con corona y barba que hace que me pique la cara durante horas después de habérmela quitado. ¿Cómo os las apañáis para poneros todos los años el mismo traje? ¿Vais al gimnasio?
Yo estoy tan hasta arriba de cosas que hacer que ya no consigo ir. Si pienso en las carreras que me he pegado estos últimos días, las prisas de los que van de tienda en tienda y el nerviosismo general, me entra ansiedad. No me sorprende que a muchas personas les cueste vivir con tranquilidad la Navidad, ni que cada vez se hable más de depresión navideña.
Y si además pienso en lo que consiguen organizar otros padres con disfraces que parecen de Hollywood, termino por no sentirme a la altura. Vamos, que de regalo para mí, casi casi estoy por pediros un poco de apoyo psicológico.
Sin embargo, si pienso en mis dos hijos de pelo rubio que se zambullen entre las agujas de un abeto de plástico y que manosean las figuritas que sus abuelos les han cedido celosamente, se me escapa hasta alguna lágrima de alegría. Después de todo, teniendo en cuenta todo el esfuerzo, conseguir disfrutar de algunos pequeños momentos es esencial.
En Navidad puede que sientas una presión que nunca sientes
Un día que se espera durante todo el año y que luego se escapa entre gambas, polvorones, preguntas incómodas sobre novios a las primas adolescentes de tías con conjuntos desempolvados para la ocasión tras un letargo de naftalina, rondas de bingo y competiciones con mi cuñado para ver quién logra montar más juguetes nuevos. Soy un negado para los trabajos manuales, pero no puedo echarme atrás.
Me suelen acusar, y con razón, de no pasar tiempo con la familia. Pero el día de Navidad puede ser la solución a todos los males, así que mejor me armo de destornillador, llave inglesa y unas instrucciones que solo están en inglés. What else?
Por mucho que lo intente, siempre se me olvidará algún tornillo y toca desmontar y volver a montar mi construcción hasta el momento en el que tengan que intervenir mi suegro y mi cuñado. Game over. “No solo no eres capaz de pasar tiempo con tus hijos, tampoco sabes montarles un juguete para recuperarlo”, intuyo en la burbuja de vino espumoso que burbujea en mi garganta insinuando dudas existenciales.
Freud decía que ser padre es un trabajo difícil y no se equivocaba.
Los abuelos, sin acordarse de un pasado con menos oportunidades, entran en la competición de hacer felices a sus nietos. Hacen lo que sea por contentarlos.
¿No habíamos dicho que íbamos a limitar lo superfluo, por respeto a los que tienen menos posibilidades y para no tener que pagar el ibi de la casa de Peppa Pig que tiene hasta una piscina de hidromasajes y es un lujo adicional?
Los padres también acabamos entrando en esta competición. Nos sentimos con el deber de responder a las expectativas de hijos y padres en lo que respecta a los regalos o las vacaciones. Si no paro de trabajar, me criticarán, pero no es tan sencillo. Aunque realmente tienen razón, siempre termino tarde de trabajar y paso poco tiempo con ellos. ¿Podría regalarles el perro que tanto desean para que me perdonen?
Queridos Reyes Magos, ¿qué puedo hacer?
En Navidad también se puede decir que no
Creo que es importante demostrar asertividad, poner límites y decir que no. No podemos permitir que niños tan pequeños dicten las leyes relativas a los regalos y deseos.
Se trata de un terreno pantanoso. Da igual lo que hagas. Los abuelos, cinturones negros de los caprichos, están preparados para juzgarte. Si eres tú el que haces un regalo superfluo, te acusen de no saber decir que no. Cuando ellos llegan con un helicóptero teledirigido que aterriza en el salón sin dejar hueco para el sofá, no hay problema.
Educar a adultos y niños para que afronten el rechazo es un paso fundamental. Si mamá y papá consideran que un regalo no es adecuado o es innecesario, tienen derecho a hablar con los Reyes Magos para que no lo traigan.
Los padres pueden hacer valer su punto de vista y reforzar los límites incluso frente a los ataques de abuelos, tíos y familiares. Si explicamos los conceptos con palabras adaptadas a su edad, los niños también son capaces de entenderlos. Quizás se decepcionan al saber que no les van a traer algún regalo, pero este sentimiento puede convertirse en una ocasión de reflexión, diálogo y conciliación.
¿Cómo te sientes? ¿El regalo era realmente algo que te importaba? ¿Era necesario y fundamental? ¿Quizás puedes comprometerte a hacer algo para volver a pedirlo y recibirlo el año que viene? ¿Podemos destinar a otra cosa el dinero que hemos ahorrado? ¿Quizás podemos comprar algo más útil?
Quizás, aún trabajando, no es posible gastar tanto dinero en un juguete y no hay por qué sentir que hemos fracasado por ello. Tengo que hacer todo lo que pueda para pasar tiempo con ellos, no para impresionarlos con efectos especiales.
El presente es un regalo
Sería precioso educar para dar y recibir regalos. A veces los llamamos pensamientos. Quizás porque lo que cuenta no es el qué y el cuánto, sino el hecho de dedicar un espacio en nuestra mente a esa persona.
Pero, queridos Reyes Magos, si enciendo la televisión, no hay quien sostenga este razonamiento. Me hacen ver el último modelo de teléfono, el circuito de carreras y las consolas con esos videojuegos chulísimos. ¿Puedo regalar mi tiempo? Si supierais lo bien que me sentaría limitar el trabajo para dedicar más tiempo a la familia.
En Kung Fu Panda el maestro dice que el presente es un regalo. ¿Es probable que, realmente y al margen de retóricas vacías, vivir un momento juntos pueda ser un bonito regalo? Imagina la alegría de poder desentenderse del pensamiento de tener que hacer un regalo. ¿Qué sentido tiene regalar algo por obligación? ¿Cómo puedo acordarme de forma auténtica de alguien si se convierte en una de las muchas cosas que tengo que hacer, como una especie de trabajo adicional?
Tendría que empezar por preguntarme qué quiero y qué significa para mí hacer y recibir un regalo. En esto nos puede ayudar la reflexión que promueve la psicología del regalo. Los objetos nos complacen, pero ¿tiene sentido vivir todo esto como otra carrera, otra actuación u otro contexto más en el que tengo que esforzarme al máximo para evitar sentirme inadecuado?
No hay teléfono que valga, si no estoy presente, el regalo del tiempo se perderá irremediablemente. No hay regalos que sean capaces de compensar momentos.
Breve manual de supervivencia para los padres en Navidad
Queridos Reyes Magos, he decidido intentar a hacer lo siguiente:
- Evitar hacer lo que no me apetece, como carreras inútiles en busca de regalos, colas, compras innecesarias y visitas a parientes a los que no suelo ver; también porque la familia con la que se celebra la Navidad está cambiando.
- Concentrarme en lo que me divierte, es decir, pasar tiempo con mis hijos y dedicarme a la decoración, la cocina, los juegos y las tradiciones que me hacen volver a sentirme como un niño.
- Ser asertivo si considero que un regalo es superfluo o no es adecuado por razones económicas o de cualquier otro tipo. ¡Hablemos con los elfos e impidámoslo!
- Jugar, leer cuentos, escuchar villancicos y, si tengo la posibilidad, organizar una mini excursión a la nieve.
- No sentirme inadecuado. Si hago todo lo que puedo, será una bonita Navidad. No estamos organizando la llegada a la luna, estamos preparando un momento de celebración. Intentemos bajar el ritmo y redimensionar.
- Disfrutar de mis hijos y de sus sonrisas y expresiones, incluso cuando se limpien la mejilla tras el beso de la decimoctava tía o rompan la jarra de la abuela.
- Redescubrir, además del cansancio, la alegría de ser padres.
En Navidad todos somos más buenos
Queridos Reyes Magos, os pido que me traigáis el valor para tomar decisiones sencillas. Redimensionar el horario de trabajo, pasar más tiempo con la familia y apreciar los esfuerzos que hago a diario para ser un padre suficientemente bueno (traedme carbón si no lo consigo).
Soy consciente de que hay familias que están viviendo situaciones complicadas a causa de separaciones o problemas económicos. Me imagino lo difícil que tiene que ser vivir una celebración como la Navidad en situaciones en las que hay que respetar calendarios y turnos, o calcular cuidadosamente los recursos disponibles para los regalos y las cenas.
Me gusta pensar en una sugerencia común para todos los padres. Dejémonos guiar por la sonrisa de nuestros hijos. Que sean ellos los que sugieran soluciones que también nos permitan vivir los momentos más delicados y nos ayuden a aceptar nuestros defectos.
P.D.: Si os atrevéis a traer todo lo que han pedido los niños, me mudo con vosotros ¡porque en mi casa ya no cabemos!